Una cocina con "música"
Es un hombre con buen paladar. Hijo de la burguesía madrileña, Víctor (cosecha de 1973) confiesa que en su casa siempre se ha comido muy bien. Su abuela materna, de Manresa, hacía una cuina ampurdanesa, de "chuparse los dedos". Su abuela, por parte de padre, era francesa, y hacía los honores a la "cuisine de la France". Víctor no ha sido "cocinilla" pero ha mamado la cocina de la mamá. Ha sabido distinguir si el rape era bueno o era malo, si era turgente o era blandito. Tenía un paladar a flor de piel, "que me ha ayudado para dar bien de comer". Afirma que si tienes técnica, muy importante para la cocina de hoy, pero si estas corto de paladar…
No fue muy buen estudiante a su paso por los colegios de Maravillas y Santa María de los Rosales, dos centros de muy buena reputación, donde pasaron los hijos del discreto encanto de la burguesía. Antes de hacer los estudios universitarios estuvo a punto de ir a una Escuela de Hostelería en Lausana. Pero se imponía el consejo paterno de tener una carrera. Y al final, terminó con brillantez la Licenciatura en Ciencias Empresariales en la Universidad Europea. De los 22 a los 29 años estuvo trabajando en Deloitte, una multinacional de Servicios de Consultoría, y en KPMG, dos años.
Y un buen día colgó todas las consultorías y dejó de ser un alto ejecutivo europeo y se marchó, durante un año sabático, a París. De la mano de su mujer, María Seoane, su hija de un año, y el perro. Destino: Cordón Bleu, donde se empapó bien de la alta cocina francesa y de la pastelería. Vivian en el singular barrio parisino de Le Marais, cerca de la place des Vosges, llena de tiendas, un verdadero museo de antigüedades y tapices. No podía permanecer nueve meses en la ciudad gastronómica por antonomasia sin pasearse por sus restaurantes. Para cumplir con estos "caprice de dieu" vendió su moto. Y viajó por Francia, conociendo el terroir y haciendo cursos de enología. "Me chifla la cocina francesa, aunque procuro no abusar de natas y mantequillas. Hay que sacar los sabores nítidos de la cuisine de la France".Se marcharon con tristeza, pero siempre "nos quedará París".
Como una moto comenzó a trabajar en restaurantes de Madrid. En Laray, buena cocina tradicional; en el asador Illumbe de la Moraleja, estaba en la parrilla, vista, por donde desfilaron sus amigos. "Yo no me veía de parrillero y aquello duró poco". Luego pasó por Neo, un restaurante de cocina de vanguardia que estaba en la calle Quintana. Iván Sánchez, era el capo de los fogones. Ahora, está al frente del Taller de cocina de Kabuki.
En 2005, Víctor abre su restaurante personalizado: Enrich, donde apuesta por una alta cocina de base tradicional, de raíces, "no me gusta hacer cosas raras, aunque hago algún guiño a la modernidad". Confiesa que "la cocina que más me gusta es la de Santi Santamaría, dentro de la alta cocina, aunque también me quedo con los puntos de sorpresa de la modernidad". Crea cientos de platos al año, algunos son una mirada y vuelta atrás, pero puestos al día.
En el verano del 2009, abre, pegado al restaurante, el Atelier d´Enrich, un lugar para degustar su cocina, en "pequeñas diócesis", en un ambiente más informal, aunque exclusivo, y con cocina a la vista. A precios asequibles. Aquí tiene suave música de fondo, música clásica en jazz. En el restaurante gastronómico "la música va en el plato", puntualiza Víctor, que toca la guitarra, "la chapurreo", y algo más, confiesan quienes le han percibido su sonido: toca con alma. Acaba de inaugurar un catering. Le encanta correr (una lesión tuvo la culpa de no participar en la Maratón de Nueva York, en noviembre del 2010). Lo que más le gusta es caminar por la montaña con los perros. Y patear a ras de tierra con sus tres hijos (una niña y dos niños) y la cuarta que nació en marzo del 2011.
Este cocinero trilingüe (español, inglés, francés) es un viajero empedernido."Hay que viajar para alimentar la creatividad". Su pasión es estar en el campo pintando. "No descarto comprarme una finca con huerta, cerca de Madrid, para tener mis productos ecológicos. Víctor Enrich, un cocinero con "música".
Por Antonio Ivorra