El sector de la hostelería está organizado y en la calle, por fin. Los políticos de acá y de allá se han dado por enterados, por fin. Unos y otros –con niveles de responsabilidad muy diferentes, eso sí– se han tomado el problema en serio demasiado tarde. Los representantes gubernamentales nacionales se han cubierto las espaldas con medidas de máximos sin tener en cuenta sus consecuencias y además aún no han dado la cara.

csoriano
13 de Noviembre de 2020

BENJAMÍN LANA

A estas alturas de pandemia no han presentado un plan integral ni parcial de rescate o apoyo a la hostelería, un sector que, según la patronal ha perdido ya 350.000 empleos que llegarán a final de año hasta el millón –entre directos e indirectos– y que puede ver cómo un tercio de sus empresas, unas 100.000, desaparecen en los próximos meses. Casi nada.

El dichoso proyecto gubernamental de ayudas está cociéndose desde hace muchas semanas entre al menos cuatro ministerios, con el consabido choque de ministros de dos partidos con intereses no alineados. Industria y Trabajo empujan para sacarlo cuanto antes. Economía y Seguridad Social no tienen visibilidad y dan patadas a la pelota hacia adelante. La realidad es que el sector sigue sufriendo en ausencia de la mínima palabra creíble de aliento por su parte.

La solución que barajan ante la presión que por fin se está concentrando en el interior de la olla puede ser trocear el plan para poder salir con algo y empezar a cambiar el estado de la opinión que está en su contra. El plan parece estar basado en medidas fiscales y financieras, mayormente, control de los alquileres y más tiempo para empezar a amortizar los créditos ICO, pero escasas ayudas directas, imprescindibles en este momento con la salud del sector muy deteriorada ya tras ocho meses de sufrimiento.

Nada que ver con lo que está ocurriendo en Alemania, donde Angela Merkel ya anunció ayudas directas equivalentes al 75% de lo facturado el año anterior para las empresas del sector con menos de 50 trabajadores. O en Francia, donde Emmanuel Macron ha comprometido hasta 10.000 euros mensuales para cada bar o restaurante. Mientras en Moncloa siguen contando las hojas de la margarita, las ayudas autonómicas son bienvenidas, pero resultan insuficientes.

 

Terrible imagen

El reciente cierre de bares y restaurantes en buena parte de las autonomías, la terrible imagen de pueblos y ciudades, desde Logroño a Manresa, a Cartagena, pasando por Burgos y llegando hasta Gijón o Bilbao, con todas las persianas bajadas, ha desatado la indignación y una respuesta con muchos más decibelios que hace un mes, cuando ya se veía venir todo lo que está ocurriendo. Ayer, convocadas por Hostelería de España, se celebraron manifestaciones en muchas capitales de provincia.

Dos días antes, 70 destacados cocineros catalanes, con varios de los iconos nacionales a la cabeza, como Ferran Adrià, Joan Roca o Carme Ruscalleda, reclamaron en Barcelona, la reapertura de la hostelería catalana, aportando a la Generalitat medidas alternativas serias y bien pensadas para poder volver a encender los fogones. «Si no se abre, esto será insostenible», decía Ferran Adrià. Por primera vez había un tono serio y un cierre de filas que debería haberse producido mucho antes. Pese a todo, la presión no ha sido suficiente. La Generalitat ampliaba ayer el cerrojazo total de la hostelería al menos otros diez días.

Todos miran con envidia a Alemania… pero también a Madrid, donde los gobiernos autonómicos y municipales han apostado fuerte y contra corriente, por proteger a bares y restaurantes con medidas menos lesivas que el cierre, como la autorización de horarios compatibles con el servicio de cenas, supresión automática de tasas y ayer mismo, la construcción de ‘terrazas de invierno’.

 

Con modelos matemáticos

Hace ya un mes que en este Comino instábamos a la reacción seria e incisiva del sector y dejamos claro, con la aportación de los datos oficiales británicos, que la hostelería no tiene la culpa de lo que ocurre. Ni allí ni, por lo que se ha sabido después, aquí. Hasta hace unos días el cierre había sido asumido por el Gobierno como un daño colateral en una noble y superior empresa, pero eso está cambiando, por fin.

Por cierto, leo las primeras informaciones sobre un nuevo estudio de las universidades de Stanford y Northwestern en Estados Unidos publicado en la revista ‘Nature’ que considera innecesario cerrar los restaurantes para frenar la pandemia. A partir de los datos de 98 millones de personas, obtenidos a través del GPS de sus móviles a los que se les han aplicado sofisticados modelos matemáticos sobre los riesgos de infección por Covid en distintos escenarios públicos, llegan a conclusiones claras sobre las probabilidades de contagio.

Los investigadores señalan que la reducción de la capacidad de los locales y el resto de medidas ya conocidas ofrece un punto de equilibrio asumible entre el control de la epidemia y la salvaguarda de los negocios. ¿Les suena de algo?

PD. Quizás estemos en el momento decisivo. En lo peor de lo peor. Al anuncio de la fiabilidad del 90% de la primera vacuna le van a seguir otros muchos en los próximos meses, según me cuentan mis científicos de cabecera. Tan eficaz socialmente como el medicamento puede ser la recuperación de la confianza que traerán consigo. A la vuelta del verano podrían cambiar mucho las cosas. Quizás sea el momento de aguantar. Ánimo!