EL DÍA Y EL DUELO POR LA PINZA DORADA DE LANGOSTINO

El sábado pasado tras lidiar con más de sesenta comensales hambrientos y una noche entretenida en nuestra querida mesa del Chef,  (vegetarianos y veganos inesperados y otras peticiones no explicadas de esas que tan felices nos hacen a los cocineros mientras bailamos al calor de nuestros fogones), apagamos finalmente la Molteni,  lustramos la última cazuela y nos dispusimos a degustar nuestra copita de vino (y quizá una cervecita o dos). El reloj de la plaza del pueblo dio las dos de la madrugada.  

Cinco horas después estaba en el aeropuerto de aire liliputiense de Roskilde con mi hijo de 7 años. Nos dirigíamos a la isla de Laeso en el pequeño avión  tipo Lego de Alex. Alex tiene aspecto de piloto de verdad, con el bigote estilo Dalí más imponente y lustroso que he visto en mi vida. Pronto divisamos, entre las nubes de color gris plateado, los bellos y verdes bosques de Laeso.

El Festival del Langostino de Laeso  se viene celebrando todos los años desde 2004 en  el puerto de Osterby a primeros de agosto. Una de las atracciones es la invitación que se cursa a chefs profesionales para que disputen el trofeo de La Pinza Dorada de Langostino. Se nos había encomendado a cuatro chefs la creación de un plato utilizando los productos de las islas. Rebuscamos en las playas, los bosques y las granjas locales. El langostino, evidentemente, tenía que ser el protagonista. A mi me había hecho muy feliz volver a casa en 2004 con La Pinza tras presentar un plato con aquellos langostinos gigantescos caldeados con Speck elaborado con sal local y frambuesas del jardín del mismísimo alcalde. Terminé el plato espolvoreándolo de pétalos de flores silvestres y hierbas. Una sopa elaborada con las cabezas del animal y minúsculas setas cantarelus se sirvió en las tazas de café artesanales de Poul, el maestro de la sal de las islas de la Granja de la sal de Laeso.

Ahora estamos en agosto de 2006… son las 12 en punto del domingo. De nuevo en el puerto, ante 300 amantes del langostino silvestre. Refrescados por la ligera lluvia veraniega, se colocan sobre brasas calientes los conejos cazados en las islas y los langostinos frescos. Mis platos se aliñan con alioli de hinojo y mi compota de manzanas y tomates verdes están deseando salir. Echo un vistazo a mi sous-chef del día (mi hijo Christian) y veo que las lágrimas corren por sus mejillas. No sólo ha picado el hinojo fino finísimo, sino que su dedito se ha interpuesto accidentalmente entre el cuchillo y la tabla de cortar. El público contiene la respiración mientras corremos desde el puerto hasta el botiquín de primeros auxilios más próximo. Exactamente 3 minutos después estamos listos de nuevo para volver al escenario, secas las lágrimas y una tirita en el dedo… es como si David Beckam volviera al campo tras una lesión: el público se vuelve loco. Christian mira a la gente, mira su dedo y levanta la mano derecha lentamente saludando y dando las gracias a SU público.

El jurado devora nuestro conejo y langostinos con hinojo y chutney de tomate verde. Unas horas después Christian y yo somos convocados para recibir, de nuevo la famosa Pinza Dorada de Langostino de 2006.

‘¡El voto de compasión del público no tiene absolutamente nada que ver!'